Juan Carlos Cortázar (Lima, 1964) es un escritor y sociólogo peruano cuya obra se caracteriza por una prosa contenida y precisa, que explora con agudeza los vínculos afectivos y las tensiones del deseo. Hay en su escritura un impulso constante por subvertir el orden —o al menos, lo que aparenta serlo—, desestabilizando certezas y revelando lo que se oculta bajo la superficie de lo cotidiano. Mi libro favorito de Juan Carlos: Como si nos tuvieran miedo.
¿Cómo es el lugar donde escribes?
Escribo en una mesa, porque es más amplia que un escritorio (y el escritorio sabe a empleo). Me gusta ver y sentir la textura de la madera, su color, mientras escribo. Usualmente hay vino, mis papeles más o menos ordenados, fichas con ideas y ponerlas en cualquier orden, me encantan los cuadernos sin líneas para apuntes, esquemas, ideas. Y al lado del computador mis diccionarios: son mundos de palabras
¿Cómo suena el lugar donde escribes?
El barrio en el que vivo en Santiago es vivo y bullicioso (lo bueno es que no se toca tanto el claxon como en Lima: eso no lo soportaría). El ruido de la calle se cuela pero no estorba; voces, algún músico callejero, autos. Lo más disruptivo son los bomberos (están casi al frente), pero ya es una marca del sitio. No suelo escribir con música, pero con los cuentos más recientes, por el tipo de escritura y las cosas que quería abordar, escribí varias veces con música barroca, Bach la más de las veces.
¿Tienes alguna superstición al momento de escribir?
Tanto como rito o superstición, no. Sentir que quiero escribir, ya eso es harto.
¿Cuánto de la historia tienes claro antes de empezar?
Hasta hace un par de años me preocupaba bastante por la anécdota, la historia, la trama: encontrarla, y ahí venía el tipo de escritura, el escribir. Pero más recientemente tengo más bien una sensación de qué quiero hacer con la escritura, las palabras o el ritmo, y la historia viene a ser algo así como un soporte; es importante, pero ya no tan central. La verdad, en varios de los cuentos últimos he tenido casi que “echar mano” de alguna historia que se me ocurra para sostener la escritura que me gustaría lograr
¿Cómo equilibras la inspiración con la disciplina?
La inspiración es sorpresa: una sensación, un color, una situación que sale de lo esperable (y ahí creo que me sirve el entrenamiento de sociólogo: ver lo que no encaja). Una vez que la sorpresa me impacta viene el ejercicio, y eso requiere oficio, disciplina. Es como encontrarse una fuente: el agua fluye sola, pero necesito un canal para conservarla y disfrutarla. Sin fuente, el canal está seco y sin sentido; sin canal, la sorpresa del agua se pierde.
¿Qué papel juega la reescritura en tu proceso?
La disfruto mucho hasta que llega el punto en que me harto, la padezco, y entonces paro (hasta una próxima reescritura). Corrijo párrafos según escribo, nunca voy de largo; avanzo y vuelvo atrás, jamás en línea recta. Al final, imprimo y más correcciones del papel a la pantalla. De niño mi madre me enseño a hacer cerámica. Uno pensaría que el momento especial es cuando se toma el barro y se hace el bulto básico (es hermoso, también). A mí me encantaba retrabajar el barro en los detalles, una y otra vez: es tan maleable. Hice una cabeza del Quijote: dediqué semanas a los pómulos, las orejas, la barba en punta. Me pasa igual con la escritura.
¿Qué consejo le darías a alguien que recién empieza a escribir?
Leer escrituras que resulten desafiantes, que sean un placer y una exigencia por intentar algo un poco distinto a lo que se ha hecho: no quedarse en lo ya experimentado. Y escribir, ejercitarse, exponerse a fallar. Leer algo desafiante lleva a intentar cosas para las que no tenemos habilidades aún, y así crecer al intentar, fallar e intentarlo de nuevo. Con el ejercicio la escritura no nace, pero si crece, se expande.
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