Gustavo Rodríguez
"En un escritor, la búsqueda de la inspiración es un mito, o una excusa para postergar el trabajo arduo"
Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) es un escritor peruano cuya obra transita entre la ironía, la reflexión social y el retrato de las relaciones humanas. Con una prosa ágil y afilada, aborda temas como la familia, el éxito y las tensiones culturales con un sentido del humor que desarma y una mirada crítica que incomoda. Su narrativa, siempre atenta a las contradicciones de la modernidad, oscila entre la agudeza y la ternura, explorando con lucidez la complejidad de la vida contemporánea. Mi libro favorito de Gustavo: Cien cuyes.
¿Cómo es el lugar donde escribes?
Es un tablón de madera junto a un ventanal desde el que veo unas yucas de hojas puntiagudas y una porción de cielo limeño. Mi laptop descansa sobre un bloque elevado de madera para que mi cuello se mantenga recto, entre papeles con anotaciones que solo yo sé descifrar.
En este estudio bien iluminado, levantado en el último piso de mi edificio, he escrito seis novelas y casi todos los artículos que publiqué en Jugo.pe.
Sin embargo, en mis inicios como narrador escribía en una esquina robada al dormitorio de mi primogénita, en los rincones de las filmaciones que supervisaba como publicista y en las salas de espera de los aeropuertos.
¿Cómo suena el lugar donde escribes?
Cuando es temprano se oye el vaivén de las olas bajo el acantilado de Miraflores, esos millones de piedras que ruedan y seguirán rodando cuando el último de nuestra especie siga en pie. Luego ya se cuela el tráfico del malecón y el sonido de las construcciones en esta zona tan apetecida por las inmobiliarias. Sin embargo, el ruido no me molesta cuando estoy concentrado en mi escritura: puedo abstraerme, incluso, si es que alguien se pone a ver un video a mis lado.
Rara vez pongo música de fondo. Solo lo hago, mediante audífonos, cuando siento que algún pasaje debe tener un ritmo determinado, o cuando alguno de mis personajes escucha una música específica.
¿Tienes alguna superstición al momento de escribir?
No soy supersticioso, pero sí me gusta haber realizado algunas actividades matutinas antes de sentarme a escribir. Son acciones que me hacen sentir que me enfrentaré a la pantalla con todo mi potencial: levantarme temprano, hacer ejercicio, ducharme con un último chorro de agua fría, y desayunar con un café cargado.
¿Cuánto de la historia tienes claro antes de empezarla?
Cuando me siento ante el teclado para empezar un primer borrador de novela es porque, a esas alturas, las nubes de historias y personajes que me visitaban en la mente ya se han precipitado en forma de argumento y de estructura en alguna sábana de papel.
Quizá porque soy inseguro y quiero dotarme de una ilusión de control total, siempre sigo ese plano original, aunque luego, en el día a día, le haga modificaciones.
Me gustaría decir que soy como esos escritores que salen a cazar su novela mientras olisquean el viento, suena tan bonito, pero solo soy un diseñador de trampas a la espera de atrapar en ellas las palabras adecuadas.
Sin embargo, esto no ocurre tanto así cuando escribo cuentos: en esos casos me basta con tener una idea general de la historia y una intuición de cómo debe ser el narrador para lanzarme a la escritura.
¿Cómo equilibras la inspiración con la disciplina?
En un escritor, la búsqueda de la inspiración es un mito, o una excusa para postergar el trabajo arduo.
Todo escritor de ficción es, antes incluso de ser un lector, un observador. Alguien que mira constantemente el mundo con más detenimiento y se hace preguntas sobre lo observado que a otros pueden parecerles infantiles.
Este ejercicio suele ser inconsciente y, llegado el momento, todo lo observado se pone al servicio de alguna preocupación o inquietud que desvela al escritor.
De ahí, lo que queda es trabajar. Trabajar duro sabiendo que, salvo excepciones rarísimas, la sociedad no te pagará por esas horas tan intensas de inversión intelectual y emocional.
Como decía Thomas Mann, un escritor es aquella persona a la que escribir le resulta más difícil que al resto.
Fíjate que cuando una generación de jóvenes promesas aparece, al cabo de los años solo se habla de los que persistieron.
¿Qué papel juega la reescritura en tu proceso?
Un rol vital. Diría, incluso, que la corrección es para mí la etapa más placentera del proceso.
Cuando escribo el primer manuscrito hago pequeñas correcciones mientras voy escribiendo, pues me gusta la sensación de ir avanzando con un texto limpio. Sin embargo, esta primera escritura me es tan placentera como tortuosa. Se sufre pero se goza. Arrancarle corporeidad al vacío —o a lo que solo habita como idea en tu cabeza— implica el mismo esfuerzo aplicable a vencer cualquier inercia, lo que termina en una sensación muy satisfactoria cuando has cumplido con la jornada que has pactado contigo mismo.
La revisión y corrección, en cambio, conlleva para mí el placer de pulir la vasija, ya no de construirla de cero.
Sin embargo, últimamente he experimentado algo novedoso para mí: el placer de revisar manuscritos fallidos del pasado y de reescribirlos años después.
¿Qué consejo le darías a alguien que recién empieza a escribir?
Le diría que no trate de impresionar a nadie. Que se olvide de esa novia o novio que asume que lo leerá, que borre de su mente a ese crítico que reseña con pulgar de emperador romano, que tache al editor para el que quiere publicar, que se olvide incluso de que tiene familia: el único compromiso es con uno mismo.
Se pueden perdonar las fallas del mecanismo, las redundancias y hasta algunos clichés por falta de experiencia: lo que nunca se perdona es la falta de autenticidad, la censura de tus tripas, la impostura.